En ocasiones, la obra de un autor crece y se multiplica, da a luz nuevas criaturas. Así lo hemos podido comprobar en nuestros clubes de lectura.
Aparentemente, un libro es una unidad, un objeto singular que nos acompaña cuando nos quedamos a solas: cara a cara con los personajes en la intimidad de la lectura. Y así cada mes, un título tras otro.
Hasta que a través de las tertulias una descubre que este pequeño universo literario está mucho más habitado de lo que parece: el autor también está ahí, diciendo más de lo que escribe. Y también el club: nuestra red de lectores, trazada con hilo cómplice entre unos y otros, compañeros de letras que pasan páginas al unísono. Emocionados, aburridos, agobiados, perplejos... Veinte experiencias simultáneas ante un mismo libro.
Cuando nos reunimos comprobamos todas las capas que envuelven a una obra, y admiramos alguno de sus múltiples recorridos. Y aunque es imposible conocerlos todos, resulta emocionante experimentar la rica variedad de versiones, sentimientos y voces superpuestas. Así sucedió con El domador de sueños, de Nicolai Troshinsky. Fue en una sesión de "El Mirador de cuentos", nuestro club de lectura formado por veinte admiradoras de la literatura infantil: maestras, bibliotecarias, libreras, madres, abuelas...
El libro está protagonizado por un hombre al que se le daba tan bien soñar que podía hacerlo a voluntad. Él utilizaba esta habilidad para ayudar a los demás. La gente del barrio le contaba sus deseos y él, al soñarlos, conseguía hacerlos realidad. Cuando regalaba sus sueños, devolvía a sus vecinos la ilusión por la vida.
La obra dio de si para una larga tertulia en la que se habló de la relación entre abuelos y nietos y, sobre todo, del poder del arte y de la literatura, de la imaginación y las palabras.
Después, nuestra compañera Elena Castro, generosa como el protagonista de esta hermosa historia, nos regaló un poema inspirado en esta lectura. Ella, como el domador de sueños, tiene el don de crear a voluntad, con la ayuda de emociones y palabras.
Gracias, Elena.
Aparentemente, un libro es una unidad, un objeto singular que nos acompaña cuando nos quedamos a solas: cara a cara con los personajes en la intimidad de la lectura. Y así cada mes, un título tras otro.
Hasta que a través de las tertulias una descubre que este pequeño universo literario está mucho más habitado de lo que parece: el autor también está ahí, diciendo más de lo que escribe. Y también el club: nuestra red de lectores, trazada con hilo cómplice entre unos y otros, compañeros de letras que pasan páginas al unísono. Emocionados, aburridos, agobiados, perplejos... Veinte experiencias simultáneas ante un mismo libro.
Cuando nos reunimos comprobamos todas las capas que envuelven a una obra, y admiramos alguno de sus múltiples recorridos. Y aunque es imposible conocerlos todos, resulta emocionante experimentar la rica variedad de versiones, sentimientos y voces superpuestas. Así sucedió con El domador de sueños, de Nicolai Troshinsky. Fue en una sesión de "El Mirador de cuentos", nuestro club de lectura formado por veinte admiradoras de la literatura infantil: maestras, bibliotecarias, libreras, madres, abuelas...
El libro está protagonizado por un hombre al que se le daba tan bien soñar que podía hacerlo a voluntad. Él utilizaba esta habilidad para ayudar a los demás. La gente del barrio le contaba sus deseos y él, al soñarlos, conseguía hacerlos realidad. Cuando regalaba sus sueños, devolvía a sus vecinos la ilusión por la vida.
La obra dio de si para una larga tertulia en la que se habló de la relación entre abuelos y nietos y, sobre todo, del poder del arte y de la literatura, de la imaginación y las palabras.
Después, nuestra compañera Elena Castro, generosa como el protagonista de esta hermosa historia, nos regaló un poema inspirado en esta lectura. Ella, como el domador de sueños, tiene el don de crear a voluntad, con la ayuda de emociones y palabras.
Gracias, Elena.
SUÉÑAME
En mi muñeca el tiempo se empeña
en ser contado,
el tiempo que me rodea,
el de las estaciones, los meses y los años.
Llamo al viernes: “viernes”,
y me responde un lunes obstinado.
Trajino con mi vida en la mochila
subo cuestas y las bajo,
pisando el polvo de la rutina
con las desgastadas suelas de mis zapatos.
¡¿Cómo conozco tanto mi mundo?!
¿Cuándo dejé de soñarlo?
¿Cuándo los vientos le pusieron nombre
y dejaron de nombrarlo?
Me miro en tus ojos y me veo
igual que ayer
igual que en un lejano pasado
no me reconozco, tanto tiempo y nada
ha cambiado: Ya no soy yo,
la que me hubiera soñado.
Antes del tiempo, el tiempo ya era amado
como axioma probado de antemano
con la seguridad cierta de un arcano.
Suéñame
suéñame para inventar otro calendario
otras fechas y aniversarios.
Para ser yo, tan de verdad,
como los latidos de mi corazón alocado.
Para ser la rosa prometida en lo alto del tallo,
la lluvia de abril en el mes de mayo,
el brote verde, justo el esperado,
un ramo de colores en cada mano,
puertos de bullicio, continentes, barcos
repletos de panes y teatros anegados de canto,
para caminar por la cuerda floja
perdiendo mi cansancio.
Para ser eso no más, yo en ti soñando.
Créame realidades en burbujas y échalas a volar,
que no encuentren obstáculos
ni sobre la tierra ni sobre el mar.
Víveme como yo hubiera sido,
llévame donde ya estuve, por mis caminos, por mis calles,
déjeme que me sorprenda con mis propias irrealidades,
que me sienta orgullosa, llena de olas, espumas y
corales.
Para que todos vean que yo era
el mejor secreto guardado, los proyectos o paisajes
más hermosos.
Que yo era más real que mis propias realidades.
Elena Castro
Gracias, Elena, acabo de leerlo y es una preciosa manera de comenzar el día,
ResponderEliminarMuchas gracias por el poema y por la entrada, también poética. De otra Carmen
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