En la última tertulia del club de lectura "Ítaca", celebrada el pasado 17 de febrero, tuvimos la oportunidad de comentar la novela de Gerald Durrell, Mi familia y otros animales, en el marco del ciclo "Viajes con sonrisa".
En dicha obra autobiográfica, el autor recuerda los años que pasó en la isla de Corfú junto a su familia.
La opinión fue unánime entre los asistentes, la novela les había parecido entrañable, optimista y muy divertida. Tan sólo se criticó que conforme avanza la novela algunas descripciones de animales se van haciendo un poco monótonas.
Les encantó la manera que tiene el autor de ambientar los lugares, su capacidad para transmitir aromas y sensaciones, despertando las ganas de visitar la isla.
Todos y cada uno de los personajes que aparecen están magníficamente desarrollados. Cada uno tiene su peculiar característica formando un conjunto de lo más variopinto, pero que funciona de maravilla en la novela. Quizá el que más se destacó fue el de la madre por el homenaje que se le hace a lo largo de todo el libro.
El estilo de Durrell es sencillo, salvo algunos tecnicismos relacionados con los animales que se solucionan con el glosario que se incluye. La narración es lineal y la estructura del texto está dividida en tres partes que coinciden con las tres residencias que ocupa la familia.
Durante la tertulia se dudó de la verosimilitud de todo cuanto se cuenta, se dijo que quizá algunas de las escenas más rocambolescas habían sido exageradas por el escritor.
Se recordaron multitud de escenas con las que los lectores se habían reído a carcajadas, siendo la más nombrada la última fiesta que organizan y que aparece hacia el final.
Además de la risa, en esta obra también hay tiempo para la ternura, sobre todo en la parte en la que el protagonista conoce a la madre de uno de sus profesores. La conversación que se produce entre ellos y la visión de la vejez que se da caló hondo entre varios de los lectores.
“Dicen que cuando uno se hace viejo, como yo, se reduce el ritmo vital de su organismo. Yo no lo creo. No, me parece una opinión totalmente errónea. Yo tengo la teoría de que no es uno mismo el que frena, sino que es la vida la que va frenando a los ojos de uno. ¿Me comprendes? Todo se hace más pausado, por así decirlo, y al contemplar las cosas a cámara lenta se aprecia mucho más. ¡Qué cosas se ven entonces! ¡Qué cosas tan extraordinarias se nos revelan a nuestro alrededor, que antes ni siquiera habíamos sospechado!” (cap. 14)
En definitiva, se trata de una novela amable, evocadora y amena, de lectura fácil, muy recomendable para todos los públicos.
Nuestra próxima cita, el 17 de marzo con El asombroso viaje de Pomponio Flato, de Eduardo Mendoza.
(Rebeca Erro)
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